Por lo general, estamos acostumbrados a proteger más nuestra piel en verano que en invierno. Quizá porque pasamos más tiempo al aire libre o porque estamos más concienciados respecto a la exposición al sol cuando este aprieta. Pero el caso es que con la llegada de los fríos de diciembre, enero, febrero y marzo, el órgano más grande de nuestro cuerpo, el que nos defiende del exterior y el que refleja la salud interna de nuestro organismo, la piel, debe acaparar también atenciones muy especiales.
Los contrastes bruscos de temperatura, el paso de un lugar interior y calor seco al exterior húmedo o viceversa, la falta de sol, la humedad del ambiente, el viento helado o las muy bajas temperaturas pueden producir deshidratación, tirantez, mayor sensibilidad y contribuir a su envejecimiento prematuro.
En el post de hoy te voy contar cosas que te ayudarán a entender el porqué en esos meses los cuidados de la piel deben ser iguales o mayores que en pleno verano y a evitar que tenga una apariencia reseca y sin vida.
Lo primero que hay que saber es cómo afecta el frío a nuestra piel. Este hace que los vasos sanguíneos que hay debajo de ella se contraigan con el fin de mantener mejor nuestra temperatura corporal interior. Así, la circulación sanguínea de la piel se reduce y, en consecuencia, recibe menos oxígeno y menos nutrientes. ¿El resultado? Nuestra epidermis aparece indefensa ante el frío y queda expuesta a los ataques de cualquier agente exterior.
La buena noticia es que proporcionándole los cuidados adecuados puedes disfrutar de una piel radiante, a pesar del frío. Antes de cualquier otra cosa, dos son las rutinas imprescindibles de belleza e higiene que debes incorporar, si no lo has hecho ya, para esta época: exfoliar y humectar.
Exfoliar: el gesto más importante para evitar tener tu piel reseca. Hazlo, pero sin frotar y con exfoliantes suaves, sin alcohol, con el fin de evitar la acumulación de restos de piel seca. Eliminarás las células muertas de su superficie y facilitarás que tu piel absorba los productos que contribuyen a mejorar su grado de humedad de forma más efectiva.
Humectar/hidratar/nutrir. A diferencia de lo que podamos pensar, el frío provoca mayor deshidratación en la piel que el calor debido a la vasoconstricción de los capilares. Hay que tratar especialmente el rostro, la parte de tu piel más expuesta a las inclemencias del tiempo. Para hidratarlo convenientemente, emplea una buena loción hidratante y cremas de alto contenido en aceite o con texturas más densas.
Dos son también las formas de cuidarla mejor: desde nuestro interior y desde el exterior.
La dieta es nuestra mejor aliada para cuidar la piel desde el interior de nuestro propio cuerpo. ¿Cómo? Mediante una alimentación sana y equilibrada, rica en vegetales, frutas, grasas buenas y cereales integrales, como debe ser durante todo el año por otra parte. Estos alimentos deberían estar siempre presentes: pescado azul por su riqueza en omega 3, uno de cuyos componentes, además, preserva el colágeno; los cítricos como naranjas, mandarinas o kiwis y las verduras como el brócoli por su vitamina C; almendras y frutos secos, ricos en vitamina E y como aporte extra de antioxidantes; hablando de antioxidantes no me puedo olvidar de las zanahorias, fuente también inagotable de vitamina A; y A también de aguacate, que además de vitaminas A, B, D, E aporta una gran capacidad de hidratación y proteínas. Por último, recuerda ingerir un mínimo de 1,5 litros de líquido diario, en forma de agua o infusiones de frutas o hierbas.
Y para no agredirla más desde el exterior, unos básicos. Mejillas, labios cuello, escote y manos suelen ser las zonas de piel más sensibles al frío.
- No hay que abusar de baños y duchas con agua excesivamente caliente o fría, si eres así de valiente. Mejor siempre con agua tibia, en 10 minutos y no hacerlo más de una vez al día, ya que la frecuencia aumenta aún más la deshidratación de la piel. Evita también lavarte excesivamente las manos y, tanto para lavártelas como para el baño o la ducha, utiliza productos suaves y mejor, testados dermatológicamente.
- Una vez que salgas del baño, hidratación, hidratación e hidratación. Especialmente si padeces algún tipo de afección cutánea (dermatitis, psoriasis…). Seca tu piel mejor a base de palmaditas más que frotando fuerte con una toalla. Acto seguido aplica una buena loción o crema hidratante, conseguirás mayor absorción. Elige fórmulas enriquecidas con emolientes y humectantes, con mayores aportes de grasas, como las de almendras o Argán, o que incluyan componentes como las ceramidas o ácido hialurónico.
- Y para cuando salgas a la calle, la mejor protección para la piel de tus manos es la que brindan unos buenos guantes. Tampoco está de más usar protección solar para el rostro aunque lo asocies solo al verano, incluso en días nublados y aunque no sientas el calor de los rayos del sol.
Un apunte especial: labios para mantenerlos perfectos. ¿El método más efectivo? Evitar chupárselos o mordérselos cada dos por tres. No ayuda para nada a hidratarlos y encima conseguirás que se sequen e irriten más. No uses bálsamos de sabores, pues «te invitarán» a chupártelos de nuevo.
Debes exfoliarlos al menos una vez a la semana con un producto suave, hidratarlos desde el interior -como has leído más arriba- bebiendo la suficiente cantidad diaria de líquidos, y utiliza, desde fuera, hidratantes labiales o bálsamos, pero elige aquellos que incluyan además en su formulación una eficiente protección solar.
Y por último, recuerda que cuando cuidas tu piel y la proteges de forma correcta todo el año, evitas su envejecimiento prematuro y la aparición de feísimas manchas. ¡Feliz invierno!